De vez en cuando nos vemos consternados por ataques a imágenes o signos religiosos en nuestros templos y comunidades, y nos sorprendemos cuando las encontramos trisadas, mutiladas o arrancadas de su lugar; estos incidentes suceden más a menudo de lo que pensamos, de hecho las imágenes no son bien vistas por otras iglesias como la evangélica, testigos de Jehová, adventistas entre otros.
Para aquellos que no lo saben la iglesia Católica no le resta valor a las cosas y objetos sagrados, esto incluye las imágenes (vírgenes, santos, pinturas, cruces), los cuales respetamos por dar sentido a nuestra espiritualidad, pero que no sustituyen a nuestro único Dios Yavé, Quién no tiene una imagen definida.
Existen registros bíblicos que demuestra que los judíos también tenían símbolos de religiosidad, esculturas y pinturas, sin por ello ofender a nuestro Dios (Ex.25,18-22; Num21,8-9; 1Re 6,23-29; Jos.7,6; 1Re 7,25-29), muchos de ellos también eran destruidos por reinos vecinos (Salmo 74,6).
De hecho los primeros cristianos simbolizaban con el pez y la cruz su amor y su identificación como cristianos, y ya en el siglo II se recomendaba que las imágenes y signos se “expongan en las santas iglesias de Dios” (Cc. de Nicea II: DS 600).
Nuestra iglesia nos señala en su artículo 1161 que “… las imágenes sagradas de la Santísima Madre de Dios y de los santos. Significan, en efecto, a Cristo que es glorificado en ellos. Manifiestan "la nube de testigos" (Hb 12,1) que continúan participando en la salvación del mundo y a los que estamos unidos, sobre todo en la celebración sacramental. A través de sus iconos, es el hombre "a imagen de Dios", finalmente transfigurado "a su semejanza" (cf Rm 8,29; 1 Jn 3,2), quien se revela a nuestra fe, e incluso los ángeles”.
Las imágenes y esculturas hechas por hombres ofenden a nuestro Señor cuando se le rinde culto y se les otorga honor que solo concierne a Dios mismo. Desde niños se nos inculca en nuestras catequesis que ni los santos, ni las estatuas, ni la virgen misma pueden obrar milagros, sólo Dios tiene ese poder. Por ello decimos que los católicos ¡NO adoramos! a la Virgen María, sólo la veneramos, y mucho menos adoramos su imagen en una estatua, más bien admiramos en ella el simbolismo que representó su vida y la honramos por haber sido madre de Jesús, puesto que Jesús también la honró cumpliendo el cuarto mandamiento (Ex. 20:12; Ef. 6:1-3).
Cuando nos arrodillamos ante una imagen tampoco lo hacemos dignificando o ensalzando la estatua sino como signo de fe ante nuestro Señor presentándonos con humildad mientras permanecemos en oración, ya sea pidiendo intercesión o meditando en el ejemplo de vida que tenemos frente a nosotros. Nunca podremos sustituir la intercesión directa de nuestro Señor Jesucristo, sin embargo la oración de nuestros hermanos (tanto vivos como muertos) y de nuestra madre santísima nos encaminan al encuentro de Cristo. Bendiciones. Ocxavco.
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